Esta serie de las
bienaventuranzas del Sermón del monte nos han anidado y exhortado a vivir la
vida cristiana de acuerdo a los parámetros establecidos por Jesús. Hemos dicho
que no se trata de una serie de condiciones o tareas a cumplir, el asunto es
mucho mas complejo, pues no se trata de hacer sino de ser.
Si hacemos un resumen podemos
notar que:
La primera bienaventuranza es el
requisito para el resto: Solo el que es pobre de espíritu será… consolado,
manso, tendrá sed de justicia, limpio de corazón etc.
Lo segundo es que las
bienaventuranzas tienen un orden específico, según las normas de escritura de
los judíos y están relacionadas unas con
otras asi:
La 1 con la 5 Los pobres en
espíritu está relacionado con los
misericordiosos.
La 2 con la 6 Los que lloran con
el corazón limpio / dijimos que Dios pone tristeza para el arrepentimiento y en
realidad sino lloramos por nuestro pecado nunca tendremos un corazón limpio.
La 3 con 7 Los mansos / humildes
con los pacificadores. /
Hoy veremos quienes son los
pacificadores pero debemos tener en cuenta el contexto de los mansos. Solo
aquel que es manso puede llegar a hacer pacificador.
El
tema que se nos pone sobre la mesa es: La paz y los pacificadores.
La paz, tan anhelada paz… Estas
fueron una de las últimas palabras del Señor Jesús a sus discípulos: “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no la
doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden”, fueron
dadas en un contexto de tensión política en la lucha de los
fariseos en irse contra Jesús, en tensión emocional frente a los
acontecimientos de la resurrección de Lázaro y tensión con discípulos ante el
anuncio de la muerte de Jesús y la predicción de la negación de Judas.
La paz no es la ausencia de
peligro o conflicto, es la presencia de Dios en medio de las circunstancias.
Esta bienaventuranza parece ser
una la de las que más necesita escuchar este mundo. Nosotros hemos escuchado
por años los conflictos y las guerras del mundo y por estos días leemos en los
diarios que nuestra región está en conflicto.
Escuchamos los intentos de los
hombres, los gobiernos y las organizaciones para encontrar una respuesta ante
los conflictos y guerras. Sin embargo vemos que el mundo sencillamente no puede
encontrar la paz. Esto debido a que la verdadera paz no es un tratado, no es un
acuerdo, no es una firma en un papel, no son las buenas intenciones, no es
dejar de hacer lo malo.
La paz es una característica de
Dios y un fruto del Espíritu Santo, por lo tanto no es algo natural para el ser
humano, no la logramos evidenciar en nosotros por esfuerzos propios, ni por
ejercicios académicos, ni por ideologías. Tampoco es algo circunstancial que
dependa de nuestro contexto.
Es más, Jesús en su enseñanza no se está refiriendo
directamente a la paz, ni a su sostenimiento sino que se dirige a los
responsables de la paz y nos dice: Bienaventurados los pacificadores porque
serán llamados hijos de Dios. Esto no quiere decir que los que busquen la paz
serán hijos de Dios, quiere decir que todos los que somos hijos de Dios tenemos
el peso y la obligación de ser pacificadores. Podríamos afirmar que la paz del
mundo depende de los hijos de Dios.
Por lo tanto, las guerras y los
conflictos son la ausencia de Dios y ausencia de los hijos de Dios, de los
pacificadores. La razón es que esos hijos de Dios a veces no logran llegar a
ser pacificadores porque su corazón aun no es manso. Podríamos afirmar que la
falta de paz es la presencia de un corazón que aún está lleno de maldad.
El requisito para la paz y para
el pacificador es entonces un corazón transformado por el poder de Dios. La
verdadera paz nace solo de Dios y de los hijos de Dios que se someten a su
voluntad y que son nacidos de nuevo.
Podemos tener la tentación de
pensar que la paz mundial es inalcanzable y que no tiene que ver con nosotros,
pero en realidad la situación mundial es solo un espejo que evidencia una
realidad de la familia y de nosotros mismos. Los principios que atentan contra
la paz son el corazón duro, egoísta, vanaglorioso, soberbio y esto se refleja
en el mundo, en la iglesia, en los hogares y aun en nuestro propio corazón. Una
persona puede vivir sola en el mundo y aun así estar en conflicto sino tiene
paz con Dios.
¿Cómo podemos definir a los
pacificadores?
1.
Debemos decir que los pacificadores no son esas personas que quieren la
ausencia de conflicto a toda costa. Hay
personas que ceden sus principios y sus opiniones para evitar las tensiones.
Vemos que Jesús confrontó con sabiduría la conducta inadecuada de los fariseos.
(por ejemplo la mujer que se deja golpear por el marido para que no halla
conflicto en la familia)
2.
Tampoco son los que tratan de mediar el conflicto
queriendo quedar bien con las dos partes. No siempre el acuerdo es lo correcto,
cuando se trata de principios bíblicos y de peticiones de Dios necesitamos
tener una postura radicalmente
misericordiosa.
3.
Entonces, Son aquellos que, en primer lugar han
experimentado estar en paz con Dios. Que han solucionado sus cuentas con Dios a
través del arrepentimiento y la conversión. Solo el que vive en paz puede ser
pacificador.
4. El pacificador
es aquel que tiene un espíritu apacible,
es decir que está libre de
brusquedad y violencia y por ello resulta agradable o tranquilo. Nadie creería
en un pacificador tosco, poco amable, duro y sin misericordia. ¿Somos lugares de paz? ¿Las personas pueden
contar con nosotros porque somos agradables y confiables? ¿O nos llamamos hijos
de Dios pero somos conflictivos, bruscos y no generamos tranquilidad?
5.
También
el pacificador es aquel que sesea la
paz, y hace todo lo que puede por crearla y mantenerla. Es alguien que trata en
forma activa que haya paz entre las personas, entre grupos, entre naciones. Es obvio, por tanto, que se puede decir que
es alguien que está por encima de todo preocupado por conseguir que todos los
hombres estén en paz con Dios.
¿Qué sería de nuestra familia,
de nuestra iglesia y de nuestro país si todos decidiéramos ser pacificadores,
con el corazón manso y limpio? ¿Qué sería de nosotros si decidimos ser instrumentos
de bendición?
No tendríamos odio, celos, crítica y muerte…
seríamos realmente el propósito de Dios para la tierra.
2
Crónicas 7:14 nos afirma con claridad
que el hombre está en la condición que está por no reconocer el Señorío de Dios
y porque ha querido ser el señor de su propia vida. El hombre ha querido
señorear sin Dios en orgullo y en independencia. “puedo solo” Las guerras, la
perdición y nuestras tragedias humanas provienen de la decisión de Dios de
eliminar a Dios de su vida y de su agenda.
Qué
podemos esperar de una familia enferma, de una iglesia enferma, de unos
gobernantes enfermos. Enfermos en su corazón, o sea que necesitamos urgentemente un trasplante de corazón y el único
donante compatible es Dios. Este es
el único trasplante seguro y efectivo que cambia la condición en la que está el
enfermo a punto de morir, el único trasplante que no tiene peligro de muerte
sino de vida y vida en abundancia. Este es el único trasplante que no requiere
hospitalización porque su recuperación es inmediata.
La
promesa de Dios para nosotros es el más alto privilegio que puede tener un ser
humano sobre la tierra. Ser hijo de Dios, instrumento de justicia, instrumento
de amor en un mundo perdido en la guerra
Deberíamos orar como Francisco
de Asís.
Señor, haz de mi un instrumento de tu
paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
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