Gálatas 5
Pastor, Julián Aristizabal
Pastor, Julián Aristizabal
El domingo pasado vimos a la luz de Gálatas 5 que hay tres tipos de fruto, los que se relacionan con Dios como el
amor, alegría y paz. Los relacionados con el
prójimo como la paciencia, la amabilidad y bondad y por último los que
se relacionan conmigo mismo como la fidelidad, la humildad y el dominio propio.
Muchas se personas se preguntan, Ya que conozco los frutos del Espíritu, ¿Cómo
hago para que mi vida produzca estos frutos?
Hemos mencionado que Juan 15 nos dice
que separados de Jesús no podemos dar fruto, el fruto parte de mi buena
relación en dependencia con el Señor y su palabra.
Muchos de nosotros quisiéramos tener
una fórmula para obtener paciencia, o amor o cualquier fruto. Sin embargo hay
tres principios que debemos saber al respecto:
1. Los
frutos son de origen sobrenatural
Los frutos son cualidades o
características del Espíritu Santo y por lo tanto no provienen de nuestra naturaleza,
son de origen sobrenatural porque es
la cosecha que el Espíritu Santo quiere cegar en la vida de todo cristiano.
Cuando Pablo se refiere a las obras
de la carne no se refiere a la sustancia que cubre nuestros huesos, sino que se
refiere a todo nuestro ser que proviene
de una naturaleza caída, pecaminosa y egoísta.
Por lo tanto lo que nosotros solos
podemos producir son obras de la carne que por lo general van en contra de los
principios de Dios. “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”, pero la
biblia nos enseña que nacemos con la inclinación hacia el mal. Para la muestra
un botón miremos como esta administrado el mundo.
Pablo nos dice que lo contrario a
nuestra naturaleza de la carne es lo que proviene del Espíritu. El espíritu Santo
viene a la vida del cristiano cuando reconoce a Jesús como su salvador y él es
el que se preocupa por restaurar la imagen de Dios en nosotros que fue
distorsionada por el pecado. Es decir que no puede existir cristiano sin la
obra del Espíritu Santo.
La obra del Espíritu Santo sobre el
creyente y la iglesia es algo sobrenatural,
no es producto de esfuerzos propios o
de buenas intenciones o motivaciones.
No tiene que ver con la liturgia, ni con la
música ni siquiera si lo percibimos o no. No es un asunto de la emoción sino
que surge del acto de la relación íntima, profunda y personal de cada uno de
nosotros con Dios.
El pecado irrumpió nuestra relación
con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos por lo tanto sólo la obra del
Espíritu Santo y la obra redentora de Jesús puede restaurar nuestra relación
con Dios, con los otros y con nosotros mismo, después de esa restauración se
hacen evidentes los frutos en nuestras vidas.
A veces sucede que los cristianos
pasan años luchando y no llegan a sentirse plenos o no evidencian el fruto que
quisieran, en muchas ocasiones la razón es que no hemos permitido que el
Espíritu Santo sane y restaure las
relaciones y que nos de libertad para recibir de Dios todo lo que el desea
regalarnos.
La verdadera prueba de una obra
profunda del Espíritu Santo no se evidencia en las grandes experiencias, en los
quebrantamientos, en grandes momentos emocionales (aunque pueden presentarse)
pero estos momentos deben ser coherentes con la evidencia del fruto del
Espíritu.
Puede haber fruto sin grandes
experiencias, pero no puede haber grandes experiencias sin fruto.
2. Crecimiento
natural
Todo fruto crece naturalmente el
proceso del crecimiento no puede ser artificial, es importante mantener el
equilibro entre dos verdades:
a. El
fruto del espíritu lo da el Espíritu y nada podemos hacer para contribuir a
este proceso.
b. El solo hecho de que el Espíritu lo produzca nos
indica que hay unas condiciones de cuales depende el crecimiento y de las
cuales nos hace responsable.
c. El crecimiento hacia la madurez cristiana lo
evidenciamos en el capítulo 6 en el que Pablo nos habla de la siembra de la
cual depende toda ciega: Gálatas 6:7-10 “Todo lo que el hombre siembra también
recogerá” este principio se aplica a todas las leyes morales y físicas en el
carácter humano y en la naturaleza. Necesitamos tener conciencia de que es lo
que estamos sembrando porque luego lo vamos a recoger.
Si el agricultor siembra avena, recoge avena. De la misma manera es nuestra vida espiritual; si el Espíritu de
Dios ha de producir buen fruto en nuestras vidas, tenemos que preocuparnos por
sembrar la buena semilla de leer la palabra, permanecer en Cristo y depender
del señor. Como dice un viejo refrán:
“Siembra
un pensamiento y cegarás un acto,
Siembra
un acto y cegarás un hábito,
Siembra
un hábito y cegarás un carácter
y
siembra un carácter y cegarás un destino eterno para la gloria de Dios ”
Pablo nos afirma que somos con un
gran campo en el que podemos sembrar y
que consta de dos parte: carne y espíritu.
Nosotros tenemos la opción de sembrar
en alguno de estos dos campos.
Al sembrar el apóstol se refiere al
conjunto global de nuestros pensamientos, hábitos, formas de vida, dirección de
vida, Todo esto tiene que ver ¿Con qué
está absorbiendo nuestro tiempo, nuestro interés, nuestra energía, qué es lo
que domina nuestra mente? Es respecto a estas cosas que debemos tomar
decisiones que se presentan día a día. Nuestras decisiones cotidianas son la
siembra.
Si sembramos cotidianamente para la
carne, de la carne cegaremos corrupción. Si es para el Espíritu recogeremos
vida eterna.
3.
Maduración Gradual
Los procesos con el Señor son de
maduración lenta, como dijo Jesús en la parábola de la semilla; primeo hierba,
luego espiga, después grano lleno en la espiga. Ninguna cosecha se puede
madurar antes de tiempo, así es nuestra vida espiritual, tiene una maduración
gradual.
El Espíritu Santo implanta vida en el
alma instantáneamente en el nuevo nacimiento, no importa cuánto tarde, Él se
toma su tiempo para producir un carácter maduro.
Nuestro mundo promueve la maquinaria
y la tecnología. Los símbolos del Señor son rústicos, el martillo, el callado
el yugo y la poda para así formar un carácter cristiano guiado por el carácter
de Cristo ya que somos llamados al crecimiento y a estar a la altura del varón
perfecto que es Cristo. El carácter cristiano no es un producto terminado, sino
un producto en proceso de crecimiento. El carácter Cristiano es de toda la vida
y debemos ser colaboradores activos del Espíritu Santo que es el agricultor
divino en nosotros.
El secreto para dar fruto empieza con
el desespero de la condición de uno mismo de no poner la confianza en la carne
sino en la obra del Espíritu Santo en cada de nosotros.
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