Iglesia Cristiana Encuentro Con Cristo - Temuco

martes, 14 de enero de 2014

Frutos del Espíritu II


Gálatas 5
Pastor, Julián Aristizabal

El domingo pasado vimos a la luz de Gálatas 5 que hay tres tipos de fruto, los que se relacionan con Dios como el amor, alegría y paz. Los relacionados con el  prójimo como la paciencia, la amabilidad y bondad y por último los que se relacionan conmigo mismo como la fidelidad, la humildad y el dominio propio.
Muchas se personas se preguntan,  Ya que conozco los frutos del Espíritu, ¿Cómo hago para que mi vida produzca estos frutos?
Hemos mencionado que Juan 15 nos dice que separados de Jesús no podemos dar fruto, el fruto parte de mi buena relación en dependencia con el Señor y su palabra.
Muchos de nosotros quisiéramos tener una fórmula para obtener paciencia, o amor o cualquier fruto. Sin embargo hay tres principios que debemos saber al respecto:

1.      Los frutos son de origen sobrenatural
Los frutos son cualidades o características del Espíritu Santo y por lo tanto no provienen de nuestra naturaleza, son de origen sobrenatural  porque  es la cosecha que el Espíritu Santo quiere cegar en la vida de todo cristiano.
Cuando Pablo se refiere a las obras de la carne no se refiere a la sustancia que cubre nuestros huesos, sino que se refiere a todo nuestro ser  que proviene de una naturaleza caída, pecaminosa y egoísta.
Por lo tanto lo que nosotros solos podemos producir son obras de la carne que por lo general van en contra de los principios de Dios. “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”, pero la biblia nos enseña que nacemos con la inclinación hacia el mal. Para la muestra un botón miremos como esta administrado el mundo.
Pablo nos dice que lo contrario a nuestra naturaleza de la carne es lo que proviene del Espíritu. El espíritu Santo viene a la vida del cristiano cuando reconoce a Jesús como su salvador y él es el que se preocupa por restaurar la imagen de Dios en nosotros que fue distorsionada por el pecado. Es decir que no puede existir cristiano sin la obra del Espíritu Santo.

La obra del Espíritu Santo sobre el creyente y la iglesia es algo sobrenatural,
no es producto de esfuerzos propios o de buenas intenciones o motivaciones.
No tiene que ver con la liturgia, ni con la música ni siquiera si lo percibimos o no. No es un asunto de la emoción sino que surge del acto de la relación íntima, profunda y personal de cada uno de nosotros con Dios.

El pecado irrumpió nuestra relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos por lo tanto sólo la obra del Espíritu Santo y la obra redentora de Jesús puede restaurar nuestra relación con Dios, con los otros y con nosotros mismo, después de esa restauración se hacen evidentes los frutos en nuestras vidas.
A veces sucede que los cristianos pasan años luchando y no llegan a sentirse plenos o no evidencian el fruto que quisieran, en muchas ocasiones la razón es que no hemos permitido que el Espíritu Santo sane y restaure  las relaciones y que nos de libertad para recibir de Dios todo lo que el desea regalarnos.

La verdadera prueba de una obra profunda del Espíritu Santo no se evidencia en las grandes experiencias, en los quebrantamientos, en grandes momentos emocionales (aunque pueden presentarse) pero estos momentos deben ser coherentes con la evidencia del fruto del Espíritu.
Puede haber fruto sin grandes experiencias, pero no puede haber grandes experiencias sin fruto.
2.      Crecimiento natural
Todo fruto crece naturalmente el proceso del crecimiento no puede ser artificial, es importante mantener el equilibro entre dos verdades:
a.      El fruto del espíritu lo da el Espíritu y nada podemos hacer para contribuir a este proceso.
b.       El solo hecho de que el Espíritu lo produzca nos indica que hay unas condiciones de cuales depende el crecimiento y de las cuales nos hace responsable.
c.        El crecimiento hacia la madurez cristiana lo evidenciamos en el capítulo 6 en el que Pablo nos habla de la siembra de la cual depende toda ciega: Gálatas 6:7-10 “Todo lo que el hombre siembra también recogerá” este principio se aplica a todas las leyes morales y físicas en el carácter humano y en la naturaleza. Necesitamos tener conciencia de que es lo que estamos sembrando porque luego lo vamos a recoger.
 Si el agricultor siembra avena, recoge avena. De la misma manera  es nuestra vida espiritual; si el Espíritu de Dios ha de producir buen fruto en nuestras vidas, tenemos que preocuparnos por sembrar la buena semilla de leer la palabra, permanecer en Cristo y depender del señor. Como dice un viejo refrán:
Siembra un pensamiento y cegarás un acto,
Siembra un acto y cegarás un hábito,
Siembra un hábito y cegarás un carácter
y siembra un carácter y cegarás un destino eterno para la gloria de Dios ”

Pablo nos afirma que somos con un gran campo en el que podemos sembrar  y que consta de dos parte: carne y espíritu.
Nosotros tenemos la opción de sembrar en alguno de estos dos campos.
Al sembrar el apóstol se refiere al conjunto global de nuestros pensamientos, hábitos, formas de vida, dirección de vida,  Todo esto tiene que ver ¿Con qué está absorbiendo nuestro tiempo, nuestro interés, nuestra energía, qué es lo que domina nuestra mente? Es respecto a estas cosas que debemos tomar decisiones que se presentan día a día. Nuestras decisiones cotidianas son la siembra.
Si sembramos cotidianamente para la carne, de la carne cegaremos corrupción. Si es para el Espíritu recogeremos vida eterna.

3.        Maduración Gradual

Los procesos con el Señor son de maduración lenta, como dijo Jesús en la parábola de la semilla; primeo hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga. Ninguna cosecha se puede madurar antes de tiempo, así es nuestra vida espiritual, tiene una maduración gradual.
El Espíritu Santo implanta vida en el alma instantáneamente en el nuevo nacimiento, no importa cuánto tarde, Él se toma su tiempo para producir un carácter maduro.
Nuestro mundo promueve la maquinaria y la tecnología. Los símbolos del Señor son rústicos, el martillo, el callado el yugo y la poda para así formar un carácter cristiano guiado por el carácter de Cristo ya que somos llamados al crecimiento y a estar a la altura del varón perfecto que es Cristo. El carácter cristiano no es un producto terminado, sino un producto en proceso de crecimiento. El carácter Cristiano es de toda la vida y debemos ser colaboradores activos del Espíritu Santo que es el agricultor divino en nosotros. 

El secreto para dar fruto empieza con el desespero de la condición de uno mismo de no poner la confianza en la carne sino en la obra del Espíritu Santo en cada de nosotros.


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